“Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.” ‭‭Malaquías‬ ‭4‬:‭6‬.

Hay dos cosas que Dios dice en este versículo, primero que hay hijos que se han alejado de Él y segundo; que las personas que no caminan bajo su paternidad están en maldición, porque están operando bajo el espíritu de orfandad.

Esta mañana Dios quiere llevarnos a entender que una persona huérfana, es alguien que no tiene herencia, y por ende, vive bajo el pensamiento de que no es capaz de lograr nada y que nadie lo quiere en este mundo.

Ahora bien, cuando se nos revela que tenemos un padre que es el dueño de todo y entiendo que mi padre es Dios, entonces caminos en bendición y podemos declarar con fe de que “todo lo podemos en Cristo que nos fortalece”, Filipenses 4:13.

Como hijos de Dios tenemos una herencia y aunque estemos pasando por situaciones, podemos ver las cosas de manera diferente a como las ve el mundo, porque tenemos un padre que nos guarda y bendice. La paternidad de Dios nos hace vivir confiados.

De hecho, Cristo Jesús fue a la cruz a morir y resucitar para romper la maldición de la orfandad. En Juan 14:9 Jesús le dijo a sus discípulos “El que me ha visto a mi, ha visto al Padre”, es porque su propósito siempre ha sido que el corazón de los hijos vuelva al Padre, que se cumpla Malaquías 4:6.

Sin embargo, hay gente en la iglesia que aún no pasa la línea de entender que tener una relación con Dios como padre nos lleva a un nivel más alto, que es la paternidad. Él no solo es sanador, milagroso, restaurador, sino que lo más importante, es nuestro padre.

La Biblia en Deuteronomio 30:6 nos quiere decir que Dios quiere ser amado por sus hijos. Él anhela que lo amemos con un corazón puro y sincero; no por lo que nos pueda dar sino por lo que es, nuestro padre. El mandamiento principal es amar a Dios con todo nuestro corazón, con nuestra mente y nuestras fuerzas (Lucas 10:27).

En Romanos 2:28 vemos que para tener una relación íntima con nuestro Padre celestial, debemos circuncidar nuestro corazón y santificarnos cada día. Para amar a Dios necesitamos hacerlo con un corazón puro y digno de Él.