Desde el inicio de la creación, la paternidad de Dios se hizo presente con Adán y Eva; sin embargo, el engaño de satanás hizo que ellos perdieran la identidad de hijos, separándose del Padre y de su reino.
De ese modo, toda la humanidad desde su nacimiento hereda el ADN de Adán el cual es ser pecador, pero hay una buena noticia; si recibimos a Cristo como Señor y Salvador nuestro ADN cambia, dejamos de ser creación para ser hijos de Dios.
“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” Gálatas 3:26. Iglesia ya no somos huérfanos, somos hijos del Dios Padre.
La esencia de Dios siempre ha sido ser padre, y Jesús vino a recordarnos que tenemos un ABBA y para que podamos disfrutar de esa paternidad.
En ese sentido, debemos entender que cuando una persona no tiene la identidad de hijo de Dios, vive en el rechazo, odio, depresión, resentimiento, amargura. Es por ello, que después de la salvación, la paternidad de Dios es lo más preciado que tenemos.
Jesus le enseñó a sus discípulos a orar iniciando con “Padre nuestro”, lo hizo de para que ellos y ahora nosotros, entendiéramos que no somos huérfanos, que tenemos un Padre. Cristo es nuestro mayor referente de la paternidad y la identidad de hijo.
En Romanos 8:16 vemos como a través del Espíritu Santo da testimonio de que somos hijos de Dios. Esto es, porque la paternidad es un río que fluye desde el Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Por otra parte, es importante que conozcamos que como hijos, Dios nos ama y nos disciplina para que seamos transformados conforme a su imagen y semejanza. Tal como expresa Hebreos 12:5-8, es necesario que los hijos seamos disciplinados para dar frutos y mostrar la identidad de Cristo en nosotros.