Una de las cosas que yo he enseñado es el poder de la alabanza. Nosotros debemos comprender lo que es la adoración y la alabanza. En la alabanza hay dos cosas que hacemos: Primero adoramos a Dios y segundo oímos la voz de Dios.
¿Qué es la alabanza? La alabanza es proclamar en alta voz las maravillas de Dios, por eso, la Palabra de Dios nos enseña a través de David cómo él le exaltaba con todo el corazón y con todo su ser, expresando lo agradecido y enamorado que estaba de Dios.
La alabanza se expresa con nuestras manos y pies, nuestro cuerpo expresa lo que dice nuestro corazón. Luego entramos en la adoración, la adoración es proskuneo (arrodillarse y besar la mano del rey), es una actitud de reverencia y humildad, entonces, cuando adoramos a Dios lo hacemos por lo que Él es y por lo que Él ha hecho. La alabanza y la adoración deben ser progresivas, es decir, van en aumento y usted llega a la Presencia de Dios, y se hace uno con Él a través del Espíritu Santo. La alabanza hace que nos desconectemos de este mundo, y es en medio de ella donde se abren los cielos para que Dios te bendiga (Salmos 24)
En Juan 2:20-23, Jesús se había dirigido a una ciudad, Samaria, y en el camino se encuentra con la mujer samaritana, una prostituta, conocedora de la Palabra. Jesús le enseña a esta mujer que en cualquier lugar o momento podemos adorar a Dios. En el contexto actual, cuando usted pierde la reputación y no le importa nada más que orar y adorar, entonces usted está adorando lo que usted sabe, es decir, adora a aquel que lo salvó. Dios sabe que usted le ama, pero Él quiere que usted lo demuestre. ¡Es tiempo de levantar altares de adoración, no importa el problema, la dificultad, la tormenta, es tiempo de adorar al que merece toda nuestra adoración!