Uno de los lenguajes del amor de Dios son los pactos, ya que estos crean un vínculo con la humanidad.
En el Antiguo Testamento el pacto se llamaba “Berit”, significaba que ambas partes se hacían promesas de forma unilateral.
Mientras, que en el Nuevo Testamento el pacto llamado “Diatheke” consta de la redacción por una de las partes, y es aceptado o rechazado por la otro.
Todos los pactos tienen promesas y términos, conllevan un proceso e incluyen territorios, familias y autoridad, y en casi todos hay sangre.
En el Antiguo Testamento vemos como Dios estableció convenios con Adán, Abraham, Noé, Moises y David, con la intención de garantizar su vida y futura generaciones a cambio de recibir su atención y obediencia.
A través de los pactos, Dios cambia nuestras generaciones y renueva sus promesas.
Pero fue hasta Jeremías 31:31-34, cuando Dios reveló el nuevo pacto que haría con su hijo Jesús, esto es el pacto eterno, que hasta el día de hoy está vigente y es por medio de la fe que tenemos acceso a este pacto.
“31 He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. 32 No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. 33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. 34 Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”
Reconocemos que vivir en pacto conlleva sacrificio, obediencia y bendición, hoy decidimos comenzar a vivir una vida en pacto con Dios porque sabemos que a través de ellos aseguramos nuestro futuro y el de nuestras generaciones.